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domingo, diciembre 05, 2004


Tenía que pasar por el departamento para ver si habían tirado algún impuesto por debajo de la puerta.
Para tan riesgosa misión, me preparé un porro del tamaño de mi pulgar derecho, cargué el discman y me puse las gafas.
Salí al atardecer.
Luego de recoger los dos sobres que reposaban al pie de la puerta, fui hasta el dormitorio, abrí las persianas, me coloqué los auriculares, y apreté PLAY.
Prendí el porro.
Después de escuchar siete u ocho temas, me levanté de la cama. Cerré la ventana. Fui al baño, apagué las luces y salí de allí.
Luché contra una cerradura que jugaba con mi llave delatando mi estado.
Comencé a caminar de vuelta a casa pensando en las mil noches.
Saqué un cálculo a las apuradas y concluí en que a esta altura de mi vida, ya debo haber salido más de mil noches.
Doblaba como un autómata las esquinas escuchando el disco que saltaba por las irregularidades en la vereda.
En un momento me encontré mirando el cielo. Azul oscuro, casi petróleo. Toda la negrura viniendo del Este.
Y ahí la vi.
Una estrella fugaz.
O una nave espacial de otro planeta.
Un proyecto secreto de la NASA para invadirnos.
Lo pensé dos veces, y la nave espacial o el proyecto secreto de la NASA, para nosotros era lo mismo.
Me incliné por la primera opción: la estrella fugaz.
Pedí un deseo.
Crucé las vías, ya divisaba mi casa.
La última vez que miré al Oeste, el sol acababa de morir.

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