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martes, junio 29, 2004

Si el tema arrancaba antes de que su cabeza inconciente toque la almohada, todo saldría mal.
A veces, hacía este tipo de pequeñas apuestas personales: si el próximo colectivo pasaba antes de que él terminara de contar hasta 50, una chica le diría que no. O si llegaba al cruce Alberdi desde donde estaba parado en menos de 100 pasos, se ganaría la vida en el futuro trabajando eternamente de algo que no le gustara.
Pero en este caso, ¿qué era que "todo saldría mal"?
¿Sería, finalmente, un niño?, ¿Tendría que aceptar cosas impuestas por la necesidad/responsabilidad?
¿Acaso ayer sentía ese peso en la base de su cráneo, que lo empujaba desde hacía una fracción de segundo eterna, hacia la asfixiante almohada?
Cerró los ojos en el aire.
Pensó en que, quizás, estaba tardando demasiado, pese a que su cuerpo caía violentamente en dirección a la goma espuma envuelta en tela azul.
Sintió el eco, el "delay" de toda su masa encefálica golpeándo una y mil veces contra la almohada.
Nunca abrió los ojos.
Sólo expiró cuando notó que la habitación seguía en silencio.
Soltó un largo aliento casi como tratando de que con él, salieran de adentro suyo todos sus pesares, sus dudas y sus sospechas.
Por un segundo, fue todo lo que se escuchó en la habitación a oscuras.
Al instante siguiente, sonaron los primeros acordes de la canción.
"just a perfect day...", decía la voz triste de Lou.
Pero a veces, ganar la apuesta no aseguraba la paz.
Fingió a sí mismo dormirse.

martes, junio 22, 2004

LA VOZ DEL CHINO

¿Cómo olvidarse del “Chino” Peloso, la voz almendrada de Refinería?
¡Qué cantorazo!, ¡Qué porte!, ¡Qué oficio sobre las tablas!
Porque mire que en esa época, le estoy hablando de principios de los cincuenta, había cantores para tirar para arriba, eh... No como ahora que de pedo encuentra a alguno más o menos decente.
Y el “Chino” se destacaba. Era el mejor.
Empezó, si mal no creo, cantando con el hermano, que era más grande: Huguito Peloso. El Hugo tenía un conjunto de jazz que se llamaba “Hugo Peloso y los Emperadores del ritmo”. Y les iba bastante bien, teniendo en cuenta que eran malísimos.
En realidad, el “Chino” entró al grupo porque era pintón, y las minas iban nada más que para verlo a él. Porque de entrada, él no tocaba nada. Recién después aprendió algo de guitarra de tanto verlo al manco Arteaga. ¡Era un capo el manco! Tocaba con el muñón, porque había perdido la mano derecha trabajando con un torno en el ferrocarril. ¡Pero cómo tocaba!
Y el “Chino” empezó a crecer dentro del grupo hasta que le quedó chico, y se fue a probar suerte como solista.
Al principio lo iban a ver nada más que las minas, por lo de la pinta. Pero la fama empezó a crecer también entre los tipos, que lo empezaron a conocer acompañando a novias o hermanas.
¡Y el “Chino” se hizo famoso, che!
Mirá como sería, que el Hugo le cambió el nombre a su grupo: “El hermano del Chino Peloso y los Emperadores del ritmo”, se pasó a llamar.
Además, había mejorado mucho en su forma de cantar, y el cambio del jazz al bolero, también lo favoreció.
La cosa es que la fama del “Chino” trascendió Rosario y ya lo venían a buscar de Córdoba, de Paraná, y hasta de Buenos Aires.
Me acuerdo como si fuera hoy de cuando tocó en Buenos Aires. Era una cantina en La Boca, medio grasa, pero que se llenaba. Y como la guita que le daban era buena, el “Chino” se instaló allá.
De a poco, se fue haciendo conocido en la capital y llegó a cantar varias veces en la radio.
Se iba para arriba, el guacho.
Y usted se debe acordar de cuando volvió a Rosario, que cantó en Sportivo América, en el club Echezortu y en los carnavales de Provincial.
Estuvo dos meses viviendo acá, en lo de su madre.
Ya era una figura, salía a caminar a la tardecita por el barrio con lentes negros y bata de seda.
Ahí fue cuando un periodista de La Capital le puso “La voz almendrada de Refinería”... ¡Y en Buenos Aires lo repetían, aunque no sabían qué carajo era Refinería!
Y es por esa misma época cuando le ofrecen lo de las películas en Méjico.
Era un fangote de guita... en dólares le pagaban. Y el “Chino” ni lo pensó, cazó la guitarra y se fue para allá.
Estuvo como un año y filmó tres películas. Entonces empezó eso de “El Chino de América”, una campaña de prensa que asociaba su éxito continental, con el romance que mantenía desde hacía unos meses con América Parmensen, una actriz que estaba muy de moda por ese entonces.
El “Chino” estaba en la gloria: guita, minas, discos, películas y la mar en coche.
Pero como suele suceder en estos casos, también aparecieron los excesos.
Bueno, lo de “aparecieron” es relativo, porque el chupi, por ejemplo, estaba desde el comienzo.
Creo que fue también el manco el que lo inició en la bebida, porque siempre tocaba con una petaca en el bolsillo del saco.
Pero bueno, no sólo al chupi se dedicó el “Chino”. Le empezó a dar a la coca, a la morfina, y ya al final, casi se queda seco por una sobredosis de sylocaína.
Y ahí se le vino el mundo abajo.
Por el susto, perdió la voz.
Pero no quedó afónico ni nada, eh. ¡Se quedó mudo el “Chino”! Mudo, mire usted... y era joven todavía, tendría treinta y pico de años cuando pasó esto.
Por supuesto que América se fue... creo que con un jugador de Independiente.
La guita también se empezó a terminar, y entonces, con los pocos mangos que le quedaban, se volvió a Rosario, y se puso un almacén cerca de la casa.
El Hugo, mire como son las cosas, estaba laburando bastante bien con el nuevo grupo que había formado.
Ahora él también hacía boleros.
Lo raro que yo quería contarle arranca más o menos por ahí ¿sabe?
Ya serían mediados de los sesenta, y como la fama del “Chino” casi había desaparecido, el Hugo tuvo que ponerse las pilas con su grupo y conseguir buenos músicos y un buen cantante.
Y para eso hizo una prueba en la pieza del fondo de su casa. Fueron cerca de diez cantores. Algunos buenos y otros bastante fuleros. Pero la sorpresa llegó cuando le tocó a un pibe rengo y bastante fiero, que estaba sentado atrás, en el patio, y parecía medio tímido.
El Hugo lo hizo pasar, y ya medio desesperanzado le dijo que cantara algo.
El renguito arrancó con “Perfidia”, siguió con “No seas tan perra”, y ya estaba por empezar con otra, cuando el Hugo, con los ojos fuera de las órbitas, lo agarró del brazo.
¡El rengo tenía la misma voz que el “Chino”!, pero no parecida, eh... ¡La misma!
El tullido le contó que era mudo hasta hacía unos años, y que ya, cansado de probar tratamientos que no funcionaban, fue a ver a una vieja que, supuestamente, arreglaba esas cosas.
La vieja lo hizo pasar a una casilla toda sucia y le preguntó que tipo de voz quería tener. Y él, por decir alguna voz que la vieja conociera, dijo: “la voz del Chino Peloso”.
Los primeros días no pasó nada, pero a la semana, después de que terminara de leer en el diario una noticia sobre la irreparable pérdida del “Chino”, se sorprendió a sí mismo diciendo: “pobre Chino”.
Después le contó que, un poco por culpa y otro poco por vergüenza, no quiso aparecer enseguida.
Además, tenía miedo de lo que le pudieran hacer las fanáticas del “Chino”.
Y lo que lo terminó de convencer, fue la muerte repentina - aunque tenía como noventa años - de la vieja curandera.
Cuando el Hugo se lo presentó a su hermano, éste hizo un gesto de asombro como diciendo: “A la mierda”. Pero como el almacén marchaba diez puntos, se había cansado de la fama, y estaba saliendo con Martita, la empleada, le hizo saber a su hermano que estaba todo bien, y que le diera para adelante con el rengo.
El Hugo formó una gran banda. Volvió a llamarlo al manco para que toque la guitarra, y el rengo fue tomando confianza después de algunos ensayos.
Ahora están de gira por Europa.

miércoles, junio 16, 2004

PRETÉRITO PERFECTO

- Las mujeres son como los zapatos, Rivoira. – dijo Franza, apretando el lupín entre las yemas de los dedos índice y pulgar de su mano derecha.
Dejó transcurrir algunos segundos como para resaltar el contenido de lo dicho.
Rivoira, que ya lo conocía, se acomodó en la incómoda silla del bar, mirándolo por sobre el vaso del que bebía su tercer liso.
- Aflojan con el tiempo o con el alcohol..- concluyó Franza mirando por la ventana que daba a la calle Alem.
Rivoira enmarcó las cejas como diciendo “puede ser”, pero no contestó.
- Es así, hombre.- siguió Franza. –Esa mina de la que usted me cuenta, tarde o temprano va a caer.
Todas, más tarde o más temprano, caen.
- Pero mire que con esta voy casi muerto... – dudó Rivoira, no muy seguro de hablarlo con la persona indicada. – Si no me da bola, no sé qué hago.
- Pero no hay que ser tremendista, che!... Y si no mire a los japoneses... ¡Qué pueblo ejemplar! Les tiran la bomba atómica y cincuenta años después ya se están pirovando a todo el mundo. Eso es lo que se llama reacción.
Aparte, Julio, usted todavía está en carrera... no llega a los cuarenta. Peor yo, que piso los sesenta.
Las palabras de Mario Franza no parecieron animar demasiado a Rivoira, que como única reacción, hizo la clásica seña al mozo: - Traéme otro liso, Carlos.
Franza colocó cuidadosamente la cascarita del lupín en el platito destinado a tal fin.
El mozo se acercó y le dejó el cuarto liso a Rivoira.
El más joven de los hombres se pasaba la lengua por el bigote tupido, despejando la estela de espuma blanca que había dejado la cerveza.
- ¿Aunque quiere que le diga una cosa? – retomó Franza, - Mujeres, lo que se dice mujeres, eran las de antes.
- ¿Le parece?, dudó Rivoira.
- Pero claro, viejo. Uno tenía que trabajar como un coreano para garcharse a una mina. Era un laburo de locos... Hasta le servía de referencia laboral: Uno iba a una entrevista y cuando le preguntaban si tenía experiencia, podía decir: “Sí, hace dos años que estoy atrás de la hija del viejo Carranza, Norita se llama”. Y el tipo lo tomaba, viejo. Lo tomaba sin dudar, porque sabía que uno era laburador, ¿vió?.
Hoy, en cambio, las pendejas van regaladas... en bolas. ¡Los pibes de hoy no sé si son boludos o putos! A veces veo grupitos de pibas en la calle que le gritan de todo a los pibes, y estos se abrazan, se golpean, se cagan de risa, los boludos... ¡pero no les tocan ni un pelo! ¿Sabe si a los de mi generación se nos regalaban así? Estragos hacíamos. Poblábamos la Patagonia en un par de años.
Pero las de antes eran más sutiles ... te miraban calladas, las muy guachas.
- Ojo que ahora ... – comenzó tímidamente Rivoira.
- ¡Ahora son todas putas! – cortó extrañamente exaltado Franza.
- Pero yo veo a algunos pibes que levantan ... no sé ... Mire a los pibes que salen con esos autos, ¿Vio? ... Esos ganan siempre alguna mina.
- No se equivoque – pareció recobrar la calma Franza – Autos eran los de antes. Esos sí que eran coches. Tanques de guerra, parecían algunos. De acero puro. Había que dejarlos en una vía para que los agarre el tren, si los quería abollar un poco. Usted chocaba y se enteraba porque se le rompía el farolito. Ahora los hacen de plástico. Descartables son. A los cinco años de tener uno ya lo tiene que cambiar. Antes pasaban de generación en generación. Eran como un bien de familia.
Rivoira se dio cuenta de que la conversación se volvía extraña. Ya no se hablaba del tema que lo preocupaba.
Sólo para mantener la charla dijo: - Está lindo el tiempo, ¿no? Este verano va a ser bastante caluroso, me parece.
Franza lo miró fijo por sobre sus lentes ahumados – Me está jodiendo ¿no?
Rivoira lamentó en una fracción de segundo haber tocado el tema.
- ¿Calor? A este clima de mierda no se le puede llamar calor. Tampoco al del invierno se le puede llamar frío. Con esto del efecto invernadero y lo del agujero de ozono ya no hay más cuatro estaciones. Así como hicieron desaparecer a la clase media, nos cagaron un par de estaciones.
Ahora está todo mezclado: en enero uno sale en camiseta y se recaga de frío. Una pulmonía le agarra. En julio, si se descuida y se pone un pulóver, transpira como testigo falso. Después se levanta un vientito de morondanga y se resfría de nuevo. El clima de ahora es una mierda.
- ¿Estaciones? – preguntó retóricamente Franza. Rivoira, que ya se imaginaba la respuesta, se mordía la lengua de la bronca.
- Estaciones eran las de antes, mi viejo. Eran clavadas. Perfectas como un reloj suizo: en verano, calor. Pero agradable, si hasta se podía salir a la vereda y jugar al carnaval. Ahora uno sale cuando hace calor, que tranquilamente puede ser en agosto, y se insola, se agarra cáncer de piel, y si me apura, si me apura hasta el sida se agarra uno.
Y el invierno era hermoso ... Frío, pero seco. ¡Hasta nevó acá, en Rosario! Era otra cosa ... no se puede comparar.
En ese preciso momento, el cerebro de Rivoira hizo un “crack”. De repente, sin aviso, explotó. Se paró como impulsado por un resorte, pegó un manotazo en la mesa tumbando el balón de Franza, y rojo como un tomate le gritó: - ¿Así que antes todo era mejor? ¡Pero por qué no te vas un poquito a la mierda, viejo resentido hijo de mil putas!
Rivoira estaba eufórico. Siempre había querido decirle eso a su compañero de oficina, y recién ese día se pudo desahogar.
La gente de las otras mesas apenas si miraba el incidente.
Franza, mientras tapaba con servilletas de papel la cerveza derramada, se rascó indiferente la nariz, se acomodó la corbata y mirando tranquilamente por la ventana dijo: - ¿Putas? Putas eran las de antes.

domingo, junio 06, 2004

Los ríos inundan ciudades.
Rebaños de gente perdida entre la ignorancia y el dolor.
Besos de fuego devoran la cultura.
Los días pasan y nadie reacciona ¿Contra qué?
Morirse o matarlos. No verlos más.
Espacio para la vergüenza. Ventana al averno. Esquirlas.
Ladrones, asesinos, tuertos y la sangre de todos.
No Cristo. Nunca estuvo.
Los suelos comienzan a arder.
Herviremos.
Y después ...
Nada.

jueves, junio 03, 2004

Hace aproximadamente un mes, una extraña sensación se apoderó de mi interior.
Primero, como suele ocurrir en estos casos, dije: "agarré frío".
Los días pasaban y esta rareza continuaba...
"Me engripé", dije luego. La flema invadía mis palabras, mis sueños y mis proyectos más íntimos.
Pasaron los 7 días que, según sostienen las señoras mayores, son los que demora en irse un resfrío y nada.
Dos semanas, y la granja avícola, ahí, firme.
Hoy, mucho tiempo ha pasado. Pastillas, jarabes, palabras de aliento, curaciones "milagrosas", suspiros al oído... pero todo fue en vano.
Hoy vivo con MI flema.
La acepté. Somos uno.
Amo a mi flema.
Mamá me mima, la flema me ...
Bueno, nada.

Sigo podrido, bah.

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