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jueves, enero 13, 2005


CULPABLE

”La bala que finalmente me mataría, tardó una eternidad en impactar mi cuerpo. En todo ese tiempo, pude pensar en ...
Pensar. Cómo disfrutaba el pensar solamente.
Sentarme junto a la ventana, mirar hacia fuera y pensar. Sentarme en la oscuridad, mirar hacia adentro y pensar.
Amaba pensar. Un amor vano, por cierto, si tenemos en cuenta que la persona que está detrás del arma en este mismo instante es la más impensada.
Y, paradójicamente, pienso en ella. En su amplia sonrisa, vasta como un continente, que fuera mi abrigo en noches gélidas. En sus ojos perfectos, paradigmas de lo bello, que ahora me miran ardientes como una tea insaciable, por encima del revólver.
No termino de entender cómo llegamos a esta situación, pero me siento merecedor del castigo que ha elegido.
No nos conocimos en el momento más propicio, es cierto.
Yo estaba experimentando con la crueldad. Quería forzar ciertos límites, saber hasta donde llegarían por mí, aquellos que decían quererme. Y ella ... ella era una flor. Tan frágil y delicada. A veces tenía miedo de tocarla y arruinar su pureza absoluta. Mis manos rodeaban su cara con tanto cuidado como si el solo contacto pudiera dañarla. No quería siquiera respirar a su lado por temor a acabar todo su mágico perfume.
Y sin embargo, con todo lo que la quería, la herí.
Sólo una cosa me pidió después de confesarme que me amaba. Sólo una. Que no la hiera. Y yo, borracho por el amor, asentí sin pensar en el estúpido momento que estaba atravesando. La herí.
Ahora podría decir que no fue adrede, que no me di cuenta, pero estaría mintiendo. Yo sabía perfectamente lo que hacía cuando hice lo que hice. Era plenamente conciente de que eso la lastimaría de tal modo que cambiaría su esencia para siempre. Y vaya si lo hizo. Ahora me apunta con odio, con asco. Pero su odio y su asco, jamás podrán compararse con el que yo siento ahora por mí. Creo que de tener el valor, le pediría que deje que me dispare yo solo, pero ella no me dejaría, me ama demasiado. Por eso prefiere hacerlo ella. No me quedaron amigos. A mis parientes no los vi más. Sólo ella ocupaba mi vida. Ella y mi inconcebible proyecto.
Recuerdo, también, que cuando se lo dije, sólo atinó a mirarme con una expresión extraña en la cara. Una expresión más relacionada con la pena que con el miedo o el odio. No creí, entonces, que las cosas terminarían así. Sentado en una silla desvencijada, con las manos atadas por detrás con un alambre que rasga la carne de mis muñecas. Con sed, pero también con un resto de integridad, como para saberme juzgado con absoluta razón.
La miro tristemente, y puedo vislumbrar en sus ojos un dolor inconmensurable. Quisiera seguir vivo lo suficiente para eliminar ese dolor, pero sé que es imposible.
No me habla. No le hablo.
Igual, no sabría que decirle. No conozco las palabras para aproximarme a lo arrepentido que estoy. No creo que existan.
Sus dos manos se ven tan pequeñas aferrando el hierro asesino del revólver. Están blancas, como siempre.
Sus caricias eran la paz. Mi paz.
En eso pensaba cuando la bala, al fin, me quitó la vida.”

Circa 1992

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